

SICUT ACIES ORDINATA
Legionarios de Cristo, ¿un carisma para todos los tiempos?
Tenemos que trabajar mientras es de día.
Llega la noche cuando ya nadie puede trabajar (Jn 9,4).
A modo de premisa
Estoy orgulloso de ser parte del Regnum Christi y de vivir este carisma junto a mis hermanas consagradas, consagrados y laicos. Sin ellos no podría entender mi vocación religiosa y sacerdotal. Siendo esto así, ¿por qué un artículo con tanto «protagonismo» de la Legión en lugar de enfocarse en la gran todo del carisma compartido? Pues porque después de muchos años hablando de lo que nos acomuna (y que ha quedado plasmado en los Estatutos), creo que es tiempo de sacar brillo a lo que nos hace diferentes y complementarios; porque me ilusiona la idea de servir al Rey, al Papa y a la Iglesia sintiéndome parte de un «ejército en orden de batalla» (Sicut acies ordinata) y porque fue ese estilo sacerdotal, disciplinado, moderno, creativo, el que me trajo al Movimiento y sigue cautivando mi corazón desde hace más de veinte años.
Punto de partida
Partimos de una pregunta sencilla: ¿Sería razonable leer en las Constituciones de los Legionarios de Cristo una espiritualidad providencial para estos últimos tiempos? Entiendase por «últimos tiempos» no solo el ocaso de la historia anunciado por Jesús al inicio de su vida pública (Mc 1,15), sino también esa última batalla espiritual de la que habla el Catecismo de la Iglesia Católica (nn. 675-677). Y para mí la respuesta a dicha pregunta es definitivamente sí y por tres motivos: la experiencia que esta congregación religiosa ha hecho de la misericordia divina; el espíritu combativo de su forma de vida y apostolado; el sentido de urgencia.
La Legión hoy por hoy es un cuerpo debilitado por varias causas, entre ellas una profunda decepción. Se ha hecho lo posible por extirpar el cáncer y sus consecuencias (la aceptación pública de la verdad del fundador, la distinción entre su persona y la obra de Dios, la autonomía de gobierno y administración de la Legión respecto a las demás ramas, las nuevas constituciones, la responsabilidad con la que se está enfrentando el drama de los abusos sexuales, de poder, etc.), pero nada de eso puede mitigar la profunda herida en el corazón de muchos legionarios con dos consecuencias profundas: la desconfianza («¿Sigue teniendo futuro esta congregación?»); y el desánimo («¿Para qué esforzarse tanto por un sueño roto?»).
Esta doble herida ha supuesto, comprensiblemente, un debilitamiento en el fervor institucional, una cierta dispersión apostólica, una cierta falta de disponibilidad para la misión unida a la tentación de la auto referencialidad, etc. Todo ello nos hace pensar en el cuerpo de un gran atleta al que le han extirpado un tumor y gracias a la quimioterapia y ejercicio es capaz de poder participar de nuevo en una carrera, pero está lejos de poder competir.
¿Qué podemos hacer?
Hay dos opciones. Tirar la toalla y enarbolar la bandera de «¡Sálvese quien pueda!» o redescubrir a la luz de la misericordia de Dios un designio amoroso y providencial para estos últimos tiempos. No es algo fácil, pero propongo tres pasos a través de tres números de sus Constituciones.
En primer lugar, pasar de un «¿por qué?» (why?) a un «¿para qué?» (what for?). ¿Cuáles podrían ser los motivos inteligentes por los que Dios querría que esta Congregación floreciera de nuevo para la Iglesia del s. XXI? Se me ocurren algunos: el modo en que busca una vida sacerdotal en comunidad, ordenada entre oración, trabajo, estudio y descanso. O pudiera ser por la última versión de sus constituciones, alineadas al Magisterio más reciente y al sano espíritu de reforma que ha animado los últimos pontificados. O tal vez sea su propuesta apostólica que incluye la formación de apóstoles líderes cristianos, entre los que se encuentran gente adinerada, sí, a los que el mismo Papa Francisco menciona dentro de las periferias existenciales, considerándolos «ricos saciados de bienes, pero con el corazón vacío». O tal vez sea su espiritualidad sencilla, sobria y liberada de cualquier fijación colectiva y excesiva por otro fundador que no sea el mismo Jesucristo.
Con todo hay muchas instituciones, cada una con su nota distintiva, que ofrecen los mismos ideales, la misma gama de posibilidades apostólicas y las mismas líneas de espiritualidad. Tendría que haber algo más, un elemento de novedad, un diferenciador. Habrá que mirar pues en otra dirección, tal vez hacia su historia escandalosa. Una historia sin precedentes e irrepetible (esperemos) que, guste o no a los legionarios, es parte de su carisma. ¿Es posible encontrar, precisamente en esa historia una palabra de Dios, un mensaje que los legionarios estén llamados a comunicar en este siglo como parte constitutiva de su misión? Yo creo que sí: ¡Ser testigos de la Misericordia! El legionario de hoy se sabe rescatado, perdonado, acogido. Ha hecho la experiencia de «comunidad rescatada», algo de lo que pueden dar testimonio a los hombres del s. XXI, tan necesitado de amor redentor y esto está reflejado particularmente en el culto al Sagrado Corazón, donde el legionario «encuentra el amor misericordioso de Dios que le lleva a abrazar la cruz en la propia vida, reparar los pecados y entregarse a los hombres» (n. 9 CLC).
Ser legionario hoy supone una oportunidad única para amar con total pureza de intención asumiendo una culpa (la del fundador) de la que no te sientes ni eres responsable y aceptando –en palabras del P. Jacques Philippe–, lo que «no hubieras elegido»; supone una oportunidad sin precedentes para ser libre, rechazando aquellas formas de mundanismo espiritual del que tanto previene el Papa Francisco a los servidores de Dios; supone una oportunidad única para ser humildes y aprender a ser parte dentro de un todo, sin querer abarcar el proceso de cambio y conversión a la que los legionarios son llamados, sin querer resolver todos los problemas y sin quedarse anclados en los errores del pasado.
Así pues, dejemos de pensar en clave de un «¿por qué?» (why us?) y pasemos a un «¿para qué?» (what for?), viendo en todo lo que ha pasado un mensaje bellísimo de Dios para el mundo y una gran oportunidad para ser santos.
En segundo lugar, pasar del complejo institucional a un sano orgullo de pertenecer a «un ejército en orden de batalla» (Sicut acies ordinata). El carácter combativo ha formado parte de la espiritualidad de los Legionarios desde el principio y ha sido un elemento carismático reconocido por la Iglesia siempre, particularmente por Pablo VI y San Juan Pablo II. Tratándose de una lucha de índole espiritual esta marca de Militia Christi no puede ser casual, sino algo muy providencial, como providenciales son los signos que expresan esta sana tensión por ganar almas para Cristo, empezando por el mismo nombre que tan evidentemente hace referencia a un ejército; o el uso y los colores de su bandera, rojo y blanco, que hacen referencia por un lado a la sangre del martirio, al testimonio valiente y creativo; y por otro a la pureza que se exige de los soldados de Cristo y el amor y celo por el triunfo definitivo del Corazón Inmaculado de María. También tienen los legionarios un himno de guerra (escrito por José María Pemán); un uniforme y un escudo para «apagar con él todos los encendidos dardos del maligno» (Ef 6, 16). Un escudo que lleva dibujado toda una síntesis de su espiritualidad en defensa de la Iglesia y del Papa, y está reflejado en el mismo nombre de Legionarios, que «conlleva una entrega total a Dios y a los hombres en un cuerpo unido y organizado» (n. 3 CLC).
En fin, todo ello unido al sentido fuerte de disciplina habla de un puñado de hombres que se han preparado para ir a la guerra. Se podría decir que los legionarios son como los paracaidistas: los capacitan para hacer frente al enemigo y los sueltan en medio de territorio hostil para que se pongan a trabajar y generen un impacto da igual cómo o con quien (niños, adolescentes, jóvenes, parejas de novios, matrimonios, medios de comunicación, redes sociales, escuelas, universidades, líderes de opinión, misiones populares, deportes, cultura, etc.) ¡Y vaya que si lo han estado haciendo más allá de las incoherencias de varios de sus miembros y del mismo fundador a quien el Papa Benedicto definió como «falso profeta»!
En tercer lugar, rescatar algo muy nuestro: el uso del tiempo como talento. De todos los motivos por los que el sacerdocio en la Legión me resulta atractivo, moderno y providencial para estos últimos tiempos, el «uso del tiempo» como talento me parece muy significativo. De hecho es tan importante que las mismas Constituciones incluyen el empleo del tiempo como parte fundamental del voto de pobreza, donde «a la luz de la eternidad es un bien que Dios da a cada uno para cumplir la propia misión en la tierra» (n. 23 CLC). La Iglesia misma vive esa tensión escatológica esperando el regreso del Salvador y manifesta este anhelo en cada misa después de la consagración de la eucaristía, cuando el pueblo dice: «Anunciamos tu muerte; proclamamos tu resurreción; ¡Ven Señor Jesús!» (Marana Tha!).
La Legión vive en esta sana tensión donde hasta el tiempo dedicado al descanso es empleado en vistas a rendir más y mejor en el apostolado, camina en esta espera y también entiende el tiempo como un talento del que tendremos que rendir cuentas al Creador. El mismo concepto del «trabajo con líderes», tan criticado con razón por su uso mal orientado en ocasiones, responde a la necesidad de maximizar el tiempo y multiplicarse para llegar a más personas.
Por todo ello sus hombres comienzan el dia y practicamente todas sus actividades con la invocación «¡Venga tu Reino!» y las siglas A.R.T. (Adveniat Regnum Tuum) encabezan todos sus escritos y documentos implorando de Dios el triunfo definitivo del Reinado de Cristo en toda la creación.
Conclusiones
Un sabio sacerdote jesuita compartió con un compañero una idea profética y cargada de sabiduría. Le dijo: «Ustedes legionarios tal vez ya no tienen un padre espiritual (hablando del fundador), pero ciertamente tienen una patria». Se refería este buen sacerdote al carisma, a la espiritualidad aprobada y bendecida por la Iglesia madre y maestra.
Para que este cuerpo pase de poder participar a poder competir y responda a su papel en la batalla de estos últimos tiempos debe dejar de pensar en un «¿por qué?» y empezar a pensar en clave de un «¿para qué?»; debe sentirse nuevamente orgulloso de pertenecer a un ejército; y debe enamorarse de nuevo de un rasgo distintivo y muy original en su forma de vivir y trabajar: el tiempo es Reino de Cristo.
Solamente si descubrimos en nuestra historia un mensaje bellísimo de Dios para el mundo y lo entendemos como parte de nuestro carisma, repito, nos sentiremos nuevamente orgullosos de ser Legionarios de Cristo. Y de aquí brotará una nueva narrativa, providencial, que hará florecer el fervor, el empuje apostólico y desde luego, el regalo de buenas y abundantes vocaciones para la Iglesia y para el mundo.
Mira, llego en seguida y traigo conmigo mi salario para pagar a cada uno su propio trabajo. Yo soy el alfa y la omega, el primero y el último, el principio y el fin. Dichosos los que lavan su ropa para poder tener derecho al árbol de la vida y poder entrar por las puertas de la ciudad (…). El Espíritu y la novia dicen: «¡Ven!» El que lo oiga que repita: «¡Ven!» El que se hace testigo de estas cosas dice: «Sí, voy a llegar en seguida». Amén. Ven Señor Jesús (Ap 22).